El debate sobre el problema de la
transformación
La
economía neoclásica había adotado la teoría de valor en la que la demanda como
la oferta determinan los precios, ya que la teoría de valor del pensamiento clásico
suponía que la tasa de beneficio era uniforme en toda la economía.
Karl
Marx eludió el problema de la transformación suponiendo que la intensidad del
capital era la misma en todas las industrias. Con ese supuesto, era posible
transformar los valores del trabajo en precios de mercado; sin él, era
imposible; había intentado resolver este problema sin mucho éxito, pero a los
marxistas no les interesaban los precios relativos sino la caída del
capitalismo como consecuencia de sus contradicciones internas. Rechazaban la
idea de que la desaparición del capitalismo dependiera de que la teoría del
valor trabajo pudiera explicar o no los precios relativos.
El debate sobre el problema de la
transición
El hecho
de que el capitalismo no se desmoronara como había predicho Marx suscitó muchos
debates entre los marxistas a finales de la década de 1800 y principios de la
de 1900. Aparecieron algunas explicaciones de las razones por las que no se
había producido la revolución del proletariado y la caída del capitalismo:
Lenin sostenía que las sociedades capitalistas, al ser imperialistas, estaban
consiguiendo salvarse explotando las zonas menos desarrolladas del mundo; otros
mantenían que el capitalismo estaba modificándose y frenando así el proceso por
el que las contradicciones internas estaban minando el sistema; y otros
sostenían que para que el capitalismo muriera, tendría que haber una revolución
y que como el sistema socialista era mejor, se debía instituirlo por la fuerza.
(Ejemplo
Rusia 1917, Los austriacos sostenían más rotundamente que otros que la
implantación del socialismo por la fuerza demostraba que éste era incompatible
con la libertad individual y, por tanto, no era un sistema deseable. El hecho
de que se llevara a la práctica por primera vez en Rusia demostraba que no era
una respuesta a las tensiones de la sociedad capitalista sino la imposición
artificial de una pequeña y poderosa élite.)
El debate sobre la asignación de los
recursos
El
tercer debate se refería a la forma en que asignaría una sociedad socialista
sus recursos y llevaría a cabo las actividades económicas sin el libre mercado
como institución encargada de esa asignación dado que Marx no había formulado
el cómo.
Albert
Schaffle (1831–1904) Formuló
dos preguntas, que han resultado ser las principales cuestiones en la
literatura posterior sobre la teoría económica del socialismo.
En
primer lugar, ¿qué mecanismo se utilizará para asignar los recursos escasos?
Schaffle sostenía que si una economía socialista basara sus precios en una teoría
del valor que no considerara el valor de uso y centrara exclusivamente la
atención en el lado de los costes, probablemente en el coste del trabajo, no
podría asignar eficazmente los recursos.
La
segunda pregunta planteada por Schaffle se refiere al posible conflicto entre
el socialismo y la libertad. Schaffle pensaba que las ventajas del socialismo
podían ser anuladas por la pérdida de libertad individual.
Enrico
Barone (1859–1924), profundizó en estas cuestiones. En 1908, Barone se
convirtió en el primer economista que examinó sistemáticamente las condiciones
necesarias para lograr una asignación óptima de los recursos en un sistema
socialista. Barone demostró primero las condiciones que maximizan el bienestar
en el capitalismo con mercados perfectamente competitivos y después construyó
un modelo en el que todos los recursos, salvo el trabajo, son de propiedad
colectiva y un ministro de producción controla la economía. Llegó a la
conclusión de que si el ministro fija los precios de tal forma que sean iguales
a los costes de producción y si los costes de producción son mínimos, la
asignación de los recursos es óptima y se logra el máximo bienestar. En 1947,
Paul Samuelson afirmó que “es un homenaje a su obra que un tercio de siglo después
de que se escribiera no exista en lengua inglesa ninguna formulación mejor del
problema a la que puedan prestar atención los estudiosos”
Los
precios de los factores de producción se determinarían mediante un proceso de
imputación. El método de prueba y error revelaría a los planificadores los
precios de equilibrio de los factores. Por tanto, en el socialismo no existiría
ningún problema fundamental de asignación de los recursos.
El
debate se avivó cuando F. A. Hayek, que recibió más tarde el Premio Nobel, y Lionel
Robbins (1898–1984) comenzaron una nueva discusión. Sostenían que aunque la
solución al problema de la asignación en el socialismo era posible en teoría,
no lo era en la práctica. Para comprender su discusión, imaginemos que la
economía es una computadora gigante. Por cada mercancía que demanda un hogar,
hay una ecuación; por cada mercancía que ofrece una empresa, hay una ecuación;
y así sucesivamente. Hayek y Robbins insistían en que sería imposible para los
planificadores socialistas reunir la gran cantidad de datos necesaria para una
asignación racional y, no digamos, resolver simultáneamente las ecuaciones.
Esta
fase del debate fue cerrada eficazmente por Oskar Lange (1904–1965) en dos ensayos
publicados en 1936–1937, que se revisaron y publicaron con el título de On the Economic
Theory of Socialism firmó que una vez que se reconoce que los precios de los
factores pueden utilizarse para asignar racionalmente los recursos, independientemente
de que esos precios se determinen en mercados competitivos o sean fijados por
planificadores estatales, sus argumentos fallan. Los precios de mercado son, en
realidad, meros índices de las alternativas ofrecidas a los compradores y los
vendedores. En los mercados competitivos capitalistas, los hogares que venden
factores y las empresas que compran factores no conocen realmente las fuerzas
que determinan estos precios. Pero eso no influye en sus decisiones. Toman los
precios como parámetros y actúan en consecuencia. Utilizando un método de
prueba y error, los planificadores encontrarán los precios que igualen la cantidad
ofrecida y la demandada y equilibrarán, pues, los mercados. Lange señaló, además,
que en el capitalismo competitivo la teoría neoclásica ha observado que se
cumplen tres condiciones en el equilibrio.
(1)
Tanto los consumidores como los productores se encuentran en posiciones maximizadoras.
(a) los consumidores gastan su renta
limitada para maximizar la satisfacción
(b) los productores
maximizan los beneficios.
(2)
Cada precio es tal que la cantidad ofrecida es igual a la demandada, por lo que
todos los mercados se equilibran.
(3) Las rentas procedentes de los consumidores
son iguales a los ingresos procedentes de los factores vendidos más los
beneficios.
Lo
que en el socialismo no se cumpliría con todo estas condiciones, Según Pareto, Barone,
Taylor, Lange y Lerner, una economía socialista asignaría más eficientemente los
recursos si, mediante una planificación y dirección, generara los mismos resultados
que en los mercados perfectamente competitivos.
Sin
embargo, en los últimos veinticinco años del siglo XX esa idea comenzó a
cambiar. Algunos afirmaron que era bastante simplista sostener que cabía
esperar que en un sistema socialista los directivos de las empresas siguieran
unas reglas para gestionar eficientemente las plantas e igualar el coste
marginal y el ingreso marginal.
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